Del mismo modo en que se pregunta a un peatón sin más "Perdone, ¿la calle "tal" con "tal"?", se puede decir te quiero. Con exacto ritmo y cadencia de la voz: rápido, esperando una respuesta.
Y que no sea igualmente recomendable no quita que quienquiera que lo decida no pueda plantearse declarar su amor a un peatón cualquiera. A alguien que pasa, sin más.
¿Acaso no nos es desconocida en un principio la persona que va a desmontarnos hasta hacer que digamos un "te quiero" rápido, esperando una respuesta?.
En uno de estos mecanismos de pensamiento circular quedó fijado Marcos Arces el día en que decidió que no le gustaba como era y que se había tirado más de media vida defendiendo un carácter que, en el fondo, por muy suyo y singular que fuera, nunca le quedó bien.
Y si un miércoles decides que tu modo de ser no te gusta ni a ti; si ves claro algo tan ingente, y encima en miércoles (¿existe un día más insípido?), tienes que seguir ese pensamiento hasta convertirlo en ti mismo.
Era incómodo ser tan diferente. Además, con los años y las cotidianidades, toda diferencia se torna en previsibilidad.
Y Arce ya no quería ser más un tipo previsible, a pesar de no tener tampoco pretensiones de demasiado calibre.
Lo que había sido hasta el momento no le estaba saliendo rentable. En 37 años había dicho una sóla vez "te quiero", y no era verdad.
Se lo dijo a Flora Trevesa, un primero de Julio descabellado, en un bar abarrotado de moteros, "a quíen se le ocurre". Esto último repetía ella años atrás, primero con mucho humor, luego con sorna, al final con desprecio y decepción.
Y ahora quedaría muy bien decir "¿qué se habrá hecho de ella?" pero está clarísimo: sigue trabajando en la tienda de debajo de casa.
También estaría bien soltar "ahora vive con un pianista de Moratalaz" pero eso Arce no lo sabe; porque Flora cierra la tienda y se larga como si la persiguiera una plaga de prisa, cada día laborable. En los festivos ni se la huele en la calle. Huye del trabajo, como casi todos. Y qué más dará con quien entre o salga, qué narices importa lo que huele o lo que respira en el ambiente en que se mueva.
No es ya ningún drama para Arce tenerla tan cerca y haberla perdido de vista al mirarla.
El poder del tiempo puede con toda atracción, si sus protagonistas se resignan y aún llega a arrollarla con más fuerza, si además prefieren perderse que ganar.